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Obesidad   Fundación para la Diabetes

La gestión emocional, la gran ‘olvidada’ en el abordaje de la obesidad

Factores como el estrés, la ansiedad o la depresión intervienen de forma significativa en el desarrollo y perpetuación de esta enfermedad

“La atención psicológica es fundamental para abordar los problemas asociados a las personas con obesidad desde una perspectiva integral y personalizada”, afirma la Dra. Cristina Petratti, quien considera que “sin una adecuada gestión emocional, cualquier esfuerzo de control de peso en obesidad fracasará”

  • La gestión emocional debe ser uno los pilares en los que se asiente la pérdida de peso en la persona obesidad, para que ésta sea efectiva, mantenida y asegure salud y bienestar
  • Recursos tales como la meditación o técnicas de mindfulness ayudan en la gestión de las emociones
  • El 4 de marzo se celebra el Día Mundial de la Obesidad, una enfermedad que ya sufren al menos una cuarta parte de los adultos que viven en España

 Alicante, 26 de febrero.- Para afrontar con éxito el abordaje de la obesidad, y obtener no sólo resultados satisfactorios a corto plazo sino también el mantenimiento de la salud y bienestar a medio y largo plazo, son fundamentales tres pilares, independientemente del empleo o no de las terapias farmacológicas: la alimentación, la actividad física y el manejo de las emociones. 

         De estos bastiones, uno de los habitualmente menospreciados e, incluso, olvidados, es la atención prestada a la esfera psicológica de la persona con obesidad. Sin embargo, como destaca la Dra. Cristina Petratti, médica especialista en obesidad y coaching nutricional,“la gestión psicoemocional de la persona con obesidad es fundamental para el éxito de la pérdida de peso y, más aún, para la consecución de un estilo de vida saludable y sostenible”. De hecho, a su juicio, “sin una adecuada gestión emocional, cualquier esfuerzo de control de peso en obesidad fracasará”.

         Teniendo en cuenta que la mayor parte de los problemas asociados a la obesidad se deben a factores relacionados con el modo de vida, la psicología tiene un papel importante en el estudio y tratamiento de los problemas asociados a la obesidad. Por eso, como apunta Petratti, “el manejo de la obesidad no sólo debe fundamentarse en el objetivo de perder peso, de alcanzar un valor deseado en la báscula, sino que es prioritaria la adopción de hábitos saludables que transformen no solo su cuerpo, sino también su mente y su vida”. 

Para ello, esta experta apuesta por ayudar a la persona que vive con obesidad en la gestión de sus emociones y la adopción de hábitos saludables, todo ello partiendo de un enfoque centrado en la empatía y la comprensión, “empoderando a las personas con obesidad para que tomen el control de su salud y bienestar”. Según estimaciones de esta experta, basadas en su experiencia particular (con más de 3.000 pacientes atendidos) y en la literatura científica, “la óptima gestión emocional de la persona con obesidad supone, al menos, un 70% del éxito de cualquier abordaje encaminado a perder peso y a mantenerlo en el tiempo”.

         De lo emocional a lo físico, y viceversa

         El estado psicológico y emocional tiene una repercusión directa en el estado físico. Una alteración psicológica o emocional alterará el bienestar físico y, por ello, se considera tan importante mejorar y preservar la salud mental (que se reflejará en el plano físico). “Las emociones van al estómago y éstas, junto con los pensamientos y los neurotransmisores, son responsables de la efectividad para perder peso”, indica la Dra. Petratti, quien recalca que “la atención psicológica es fundamental para abordar los problemas asociados a las personas con obesidad desde una perspectiva integral y personalizada: ayuda a diseñar intervenciones adaptadas a las necesidades y contextos individuales, considerando no solo el comportamiento alimentario, sino también las emociones, pensamientos y dinámicas sociales de cada persona”. A su juicio, “el trabajo de los aspectos emocionales es imprescindible para lograr una imagen corporal adecuada”.

         Los pensamientos crean emociones, que crean comportamientos que, a su vez, generan acciones, y esas acciones tienen consecuencias en la vida diaria. Comer es una conducta que libera numerosos neurotransmisores como la dopamina que nos hacen sentir bien; por lo que, aunque después puedan aparecer sentimientos de culpabilidad, la recompensa y la sensación de bienestar inmediata ayudan a disminuir la emoción de angustia que provoca la ansiedad. Comer de manera compulsiva es un síntoma muy propio de los estados de ansiedad. En palabras de la Dra. Petratti, “cuando buscamos en la comida un alivio temporal de las emociones negativas, el problema no reside en el acto de comer o en la misma comida, sino en la propia ansiedad. Por lo tanto, si somos capaces de controlarla, será mucho más fácil aplacar la necesidad imperiosa por comer que esta provoca” [1].

Psiconutrición y estrés

La repetición de situaciones estresantes (aunque sean aparentemente mínimas) y la oleada de reacciones neurobiológicas que estos provocan acaba perturbando el equilibro entre las dos parejas de hormonas principales: cortisol y adrenalina por un lado (las hormonas de la acción), dopamina y serotonina del otro (las hormonas de la relajación y el placer). Paulatinamente, las primeras prevalecen sobre las segundas, provocando un círculo vicioso de tensión nerviosa permanente. La serotonina y la dopamina son cada vez menos eficaces. Nos sentimos menos en forma, el ánimo queda rápidamente afectado, la paciencia disminuye, lo mismo que la atención y la concentración…Además, serotonina y dopamina están estrechamente implicadas en el control del hambre y de la saciedad. Cuando pierden su eficacia (regulación de los flujos) en detrimento de la adrenalina y el cortisol, acabamos por no percibir los mensajes que nos envía nuestro cuerpo y comemos demasiado sin darnos cuenta[1].

“Este nuevo error de codificación aumenta aún más la sensación de falsa hambre”, explica la especialista en obesidad y coaching nutricional, quien añade que “las pulsiones que nos empujan a comer ya no son la manifestación de una necesidad real de nuestro cuerpo, sino una reacción errónea del organismo ante una desigualdad de nuestra programación hormonal”.

La relación entre la psiconutrición y el estrés crónico como causante de obesidad se basa en varios mecanismos fisiológicos y conductuales. El estrés crónico activa el eje hipotálamo-pituitario-adrenal (HPA), lo que lleva a la liberación sostenida de glucocorticoides, como el cortisol. Estos glucocorticoides pueden aumentar el apetito y la preferencia por alimentos altamente calóricos y palatables, lo que contribuye al aumento de peso y la obesidad.[2-3]

El estrés crónico también puede alterar la regulación del apetito a través de cambios en las hormonas relacionadas con la saciedad y el hambre, como la leptina y la grelina. La grelina, una hormona orexigénica, puede aumentar en respuesta al estrés, promoviendo el hambre y el consumo de alimentos.[2][4]