Aprender a vivir con diabetes tipo 1: "Lo que duele no son los pinchazos, sino el sacrificio de dejar de hacer lo que otros hacen"
Valeria tenía apenas tres años cuando sus padres la llevaron corriendo al hospital, al que la pequeña llegó entrando en un coma. Ana Tormos llevaba un tiempo notando "cosas raras" en el comportamiento de su hija, que tenía sed todo el rato, lloraba más de lo habitual y siempre estaba cansada, pero no le dio importancia. Hasta que un día vomitó al volver del colegio y se quedó traspuesta, sin energía y con apenas un hilo de voz para suplicarle a su madre que la llevase a la cama. Nada más llegar al hospital le dieron el diagnóstico: diabetes tipo 1. Lo que no sabía Tormos es que al salir de ese edificio cinco días después sus vidas iban a cambiar para siempre y que todo lo que hicieran, comieran y pensaran a partir de entonces iba a girar en torno a una enfermedad crónica para la que no hay cura.
La diabetes tipo 1 (DT1) es una enfermedad autoinmune que destruye las células beta del páncreas encargadas de producir insulina. A diferencia de la diabetes tipo 2, su aparición no está relacionada con el estilo de vida o el peso corporal, y representa entre un 5 y un 10% de todos los casos de diabetes. No tiene cura, y posee, además, la particularidad de que se manifiesta a edades muy tempranas, generalmente antes de los 15 años. Se calcula que en España esta patología afecta a unas 105.000 personas, con unos 1.100 diagnósticos nuevos por año. El problema, según vienen advirtiendo los médicos, es que la detección precoz es todavía escasa, lo que hace que la mayoría de casos se identifiquen ya en una situación grave, en muchas ocasiones cercana a la muerte, como le pasó a Valeria.
"Cuando llegamos al hospital y le pusieron los goteros nos dijeron que estaba sufriendo una cetoacidosis diabética grave, que había un peligro de edema cerebral, y que no nos podían garantizar que sobreviviera", cuenta Ana Tormos a 20minutos. Ni ella ni su marido entendieron muy bien lo que sucedía hasta pasados los días. "Asimilar una enfermedad crónica, para toda la vida, no es cuestión de un día. Lo hice eventualmente, pero lo que sigo sin aceptar es que mi hija casi falleciera por no conocer los síntomas y porque nadie se dio cuenta de esto", asevera.