La vida de un niño diabético sin agujas ni pinchazos
Gabriel Ortega tiene cinco años y un desparpajo llamativo para su edad. Es el menor de tres hermanos. Mientras espera que la pediatra y sus padres conversen juega con Mario, de 13 años, y Teresa, de 10. Lleva toda la mañana en el Hospital Universitario Virgen Macarena, en Sevilla. Ya no volverá hasta septiembre. Está de vacaciones, pero sigue dando clases. Su familia se entrena para manejar una bomba de insulina que lleva en una especie de riñonera negra atada a su espalda y que permite administrarla con un botón. En el brazo luce otro apósito. Su madre saca de una pequeña funda un aparato del tamaño de un móvil que aproxima y mide el nivel de glucosa con varios datos que se reflejan en la pantalla. Es el sistema 'flash' de monitorización de glucosa.
A los cinco años tener que depender de más de una decena de pinchazos al día no es nada fácil. Por eso, para este paciente del Servicio Andaluz de Salud y para su familia es importante disponer de avances que permiten vivir la enfermedad sin agujas, o casi. "Yo lo que quiero es la pastillita, pero mientras que la descubren...", dice Gabriel sin perder la sonrisa. "La pastillita" se refiere al tratamiento que permitirá curar la diabetes. Hay un fármaco nuevo probado con éxito en ratones y cultivos de células humanas que han desarrollado en el Centro Andaluz de Biología Molecular, a pocos kilómetros del hospital desde el que el niño sueña con ese remedio definitivo que permitirá a su páncreas segregar insulina.