«En la cima del Everest pensé que más arriba no se podía llegar y ahora voy al espacio»
Josu Feijoo, el primer cosmonauta con diabetes, le trasladó ayer en Barakaldo a los más pequeños que la enfermedad no es un impedimento para perseguir los sueños
En 2019 el vitoriano Josu Feijoo, de 52 años, se convertirá en el primer astronauta con diabetes gracias a una misión que le permitirá avanzar en la investigación de esta enfermedad. Ayer acudió al Max Center de Barakaldo para animar a los menores a desarrollar su potencial. Fue durante la inauguración de un programa educativo sobre el espacio que el centro desarrollará en sus instalaciones hasta el día 27, junto al colegio El Regato.
- Los chavales vienen a aprender astronomía. ¿También conocerán una historia de superación?
- Sus mentes están todavía por formar y ahora es cuando mejor les podemos trasladar una serie de valores, como que no tienen por qué rendirse ante las zancadillas que les ponga la vida. En mi caso, la diabetes nunca ha sido lo que me ha empujado a llegar a la cima del Everest o a convertirme en astronauta. Ya quería eso antes de que me diagnosticasen la enfermedad a los 24 años. Les podemos trasladar que esas cosas no tienen que ser un impedimento para perseguir sus sueños.
- ¿Qué le cambió cuando le diagnosticaron la diabetes?
- Todo porque no conocía lo que era. Acababa de llegar de Estados Unidos, de terminar la carrera. Me dijeron que me olvidara de todo lo que conocía y empezara de cero. Era 1990. Tuve el primer bolígrafo de insulina que se suministró en Vitoria porque hasta entonces la gente se pinchaba con jeringuillas y los medidores de glucosa no salieron hasta dos años más tarde. No tenía a nadie que me guiara para ir al Everest, porque nadie con diabetes había llegado a la cima. Y lo mismo me ocurrió cuando fui a la agencia espacial norteamericana. En la NASA me miraban como si me hubiera perdido.
- ¿Cuándo tiene previsto subir?
- En el último e-mail que me ha enviado la agencia espacial este mismo lunes calculan que iré al espacio sobre febrero del año que viene. Tuvimos que retrasar mi misión cuando se desintegró el transbordador espacial 'Enterprise' (en 2012).
- ¿De qué está más orgulloso?
- Cuando llegué a la cima del Everest pensé que más arriba no se podía llegar y ahora voy al espacio. Obviamente mi hija es lo mejor que me ha pasado, pero yo creo que eso lo dice cualquier padre. Me gusta hacer karate y surf con ella. Tiene 13 años. Lo bonito es que mis sueños los he ido cumpliendo, y llega el momento de los de mi hija.
- Hasta ahora el espacio parecía inalcanzable desde el País Vasco.
- Es que son proyectos terriblemente caros. Sólo en el entrenamiento llevo gastado más de un millón de euros. Y tienes que tener la suerte de ser uno de los pocos candidatos seleccionados para una misión espacial, porque a día de hoy hay 598 astronautas e igual tenemos a 300 que no van a ir al espacio jamás porque no van a entrar en un programa que se adecúe a sus competencias. Hay muchos factores y uno es la suerte. Yo siempre la he tenido. Estoy en paz con los dioses (ríe).
- De hecho, en alguna ocasión ha comentado que la mayoría de astronautas son creyentes.
- He hablado con cosmonautas que han estado muchas veces en el espacio, con comandantes de la Estación Espacial Internacional, y cuando he tenido un margen de confianza con ellos a todos les he preguntado si creían en Dios. El cien por cien me han respondido que sí. Yo creo en Dios desde siempre.
- Y después de esta misión, ¿qué va a ser lo siguiente?
- Ahora voy a ir al espacio a orbitar, pero estoy negociando para marcharme a vivir una temporada a la Estación Espacial Internacional y seguir adelante con los experimentos con las citosinas para ver si logramos la cura definitiva de la diabetes infantil. Será, si todo va bien y consigo los fondos necesarios, porque cada cosmonauta tiene que pagar su combustible y cuesta 43 millones de euros. Tengo que mirar en los bolsillos, pero creo que ahora no los llevo encima.