«Hacen falta más voluntarios para asistir a los niños con diabetes»
«La 'tía Bety' es muy dulce y muy pesada, pero hay que convivir con ella». Ese es el apodo que le han puesto en casa de David Rosco, en Urnieta, a la diabetes. Su hijo Pablo debutó en la enfermedad el pasado 11 de enero, once días antes de cumplir dos años. Reconoce que cuando le diagnosticaron la enfermedad, el mundo se les vino encima. «Te lo dicen sin anestesia. 'Tu hijo es diabético y es una enfermedad para siempre. Os dejamos un rato para que lo asimiléis'», recuerda el padre del pequeño. En ese momento desconocían todo lo que conllevaría esa enfermedad, pero desde la incertidumbre tomaron una determinación. «Dijimos: 'tenemos un día para llorar, a partir de mañana afrontamos esto'».
Tanto David como su mujer decidieron que iban a hacer todo lo posible en educar a su hijo para que aprenda a ser autónomo cuanto antes. «Cómo me alegra oírte decir eso, porque normalmente los padres lo llevan peor que los hijos. Hay que enseñarles que la diabetes no es un enemigo, sino un compañero con el que hay que convivir», le dice Xabier Amunarriz, de Irun, quien lo lleva haciendo desde que tenía nueve años. Ahora tiene 23 y es voluntario en las tres asociaciones de diabéticos de Euskadi. Su trabajo es acompañar a los niños con diabetes en las salidas del colegio, pero reconoce que falta personal. «Estoy yo solo para toda Gipuzkoa, y se solapan las excursiones».
La donostiarra Juncal Tellería es la presidenta de las asociaciones de diabéticos de Gipuzkoa y Euskadi, y valora enormemente la labor de gente como Xabi. «Necesitamos monitores, porque cuando se hacen mayores y empiezan a estudiar y trabajar no pueden complementarlo con la asistencia, y los niños dependen de nosotros para poder realizar esas actividades fuera del colegio».