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General   Fundación para la Diabetes

¿Por qué una persona desarrolla obesidad?: El ambiente obesogénico

Temas: Obesidad
Fecha:

¿Por qué una persona desarrolla obesidad?: el ambiente obesogénico

Las causas que explican por qué una persona desarrolla obesidad son muy diversas y complejas. Entre ellas, las explicaciones biológicas señalan una gran cantidad de factores que estarían implicados en su origen, no obstante, es importante tener en cuenta que, en la actualidad, ninguna de esas causas biológicas puede explicar el incremento de la prevalencia de la obesidad en las últimas décadas.

Por este motivo, la investigación se ha centrado también en el estudio de los cambios que se han producido en el estilo de vida del ser humano en las últimas décadas, es decir, en lo que se ha dado en llamar el ambiente obesogénico. Se trata de cambios en la forma de vida cotidiana de las personas que coinciden con el comienzo del aumento de la prevalencia de la obesidad y que parecen implicados en su origen, bien de una forma más directa o bien de una forma indirecta. Por ejemplo, se ha hecho mucho énfasis en el impacto que puede tener en la raíz del problema la industria de la alimentación con sus campañas publicitarias y la accesibilidad, cada vez mayor, de alimentos de alto contenido energético. A su vez, entre los factores ambientales también implicados se encuentra la promoción de estilos de vida sedentarios que conllevan la reducción del trabajo físico o manual, la promoción del uso de coches, ordenadores y de la televisión, y el diseño de ciudades donde cada vez resulta menos cómodo y atractivo caminar, con la presencia de largas distancias entre los barrios residenciales y las zonas de compras o de entretenimiento.

Si miramos a nuestro alrededor es fácil percibir que cada vez resulta más difícil y caro comer bien y estar activo. Estamos rodeados de comida rápida, altamente energética y apetecible, que muchas veces resulta más barata que cocinar con productos naturales. Así mismo, nuestro día a día se desarrolla inmerso entre coches, ascensores y escaleras eléctricas que facilitan el acceso a los sitios donde vivimos día a día. Este entorno facilita ir cogiendo peso poco a poco, pues van desapareciendo los comportamientos que durante cientos de años han permitido al ser humano mantener el equilibrio entre lo que comía y el gasto energético que tenía a lo largo del día, manteniéndose así, la mayor parte de la población, dentro de un rango de peso saludable.

Desde la perspectiva de la salud pública, los factores ambientales son claves para la prevención de la obesidad. Los gobiernos en estos momentos tratan de promocionar la actividad física en los distintos entornos, y se está comenzando a legislar para limitar la publicidad que induzca un consumo desmedido de alimentos hipercalóricos y/o hiperprocesados, especialmente entre los niños y adolescentes. También, aunque todavía no es frecuente, empieza a ser visto que algunas compañías promuevan el ejercicio físico entre sus empleados, por ejemplo, instalaciones deportivas en la propia empresa o mediante subvenciones para gimnasios.

No obstante, desde un punto de vista psicológico, los factores ambientales relacionados con el inicio de la obesidad serían necesarios, pero no suficientes para explicar la génesis y el rápido incremento de este grave problema.

¿Por qué en un ambiente obesogénico hay personas que no engordan?

Inmersos en un mundo obesogénico es curioso como sigue habiendo personas que mantienen su peso dentro de unos márgenes saludables y cuya conducta en relación con la actividad física y la alimentación parece ser diferente a la que desarrollan las personas con obesidad.

Los modelos psicológicos de obesidad dan mucha importancia a las creencias y la conducta del individuo, estableciendo que la conducta de ingesta calórica depende en última instancia de factores cognitivos y emocionales que dependen totalmente del individuo. Cuando esos factores se conocen y se entienden, es mucho más fácil la gestión de la alimentación ajustándose a criterios saludables.

Por ejemplo, las creencias que se han adquirido a lo largo de la historia de aprendizaje de una persona acerca de la alimentación en general, la forma correcta de comer, el impacto de determinadas formas de alimentación, la necesidad de hacer ejercicio o cómo regular o modular los estados emocionales, tienen una influencia directa sobre lo que se decide hacer en relación con la alimentación y la actividad física, propia y también de las personas cercanas (e.g. hijos, pareja, etc.). Lo que una persona escucha, ve y experimenta a lo largo de su vida en relación con cómo comer, cuándo comer y por qué comer establece en su mente ideas, muchas veces no conscientes, que explican por qué una persona elige una forma de vida de alimentarse nada saludable, y que tiene, sin duda, impacto negativo sobre el peso corporal.

¿Qué dice la investigación en relación con el papel de las variables conductuales, cognitivas y emocionales sobre la génesis de la obesidad?

El papel de la actividad física

Es un hecho innegable que el incremento de la prevalencia de la obesidad coincide con un decremento en el gasto energético diario debido a la mejora y accesibilidad que se ha producido en los sistemas de transporte, y en la transformación desde una sociedad básicamente agrícola a otra altamente industrializada y automatizada. Simplemente por poner un ejemplo, alguna compañía telecomunicaciones ha indicado que el uso de los sistemas de comunicación interna en la sede de una empresa (extensiones telefónicas, chats, videollamadas, etc.) puede ahorrar al año a un individuo el caminar más de 1,6 Km. Si tenemos en cuenta la cantidad de teléfonos móviles que hay en la actualidad, y el gran uso que se hace de ellos, y todas las compañías de entrega a productos de todo tipo a domicilio, es fácil imaginar la cantidad de movimiento que el ser humano occidental “ahorra” con estos sistemas, no solo en el trabajo, sino también en nuestra vida diaria.

En relación con los niveles de actividad física, hay un dato que resulta muy ilustrativo. En Inglaterra, mientras que en los años 60 del sigo pasado la media de horas por semana frente a la TV era de 13, sin embargo, a finales de siglo esta cantidad se había duplicado. Independientemente de las cifras concretas, muy probablemente nuestro país ha tenido cambios muy semejantes en este sentido. Actualmente, estas cifras sin duda son mayores si tenemos en cuenta el incremento del uso de ordenadores y videojuegos, tanto en niños como adultos. Todo indica que estar activo físicamente es una de las medidas más eficaces para combatir el desarrollo de la obesidad.

Algunos resultados de las investigaciones sobre la relación actividad física y obesidad son los siguientes:

  • Los niveles de actividad parecen ser el factor de riesgo más relevante para predecir la ganancia de peso.
  • Es un hecho que hay una estrecha correlación entre el incremento de usuarios de coche, de horas de TV y el incremento de la obesidad.
  • Los estudios longitudinales, es decir, los estudios de seguimiento de muestras de personas a lo largo de una serie de años, que han valorado la relación entre actividad y obesidad apuntan a una relación muy directa entre obesidad y déficit de actividad física.
  • Aquellas personas que no invierten ningún tiempo de ocio en actividad física tienen el doble de probabilidad de ganar más de 5 kilos a lo largo de los diez años.
  • En el caso de los niños la relación entre vida sedentaria y ganancia de peso también ha sido puesta de manifiesto.
  • Los estudios con gemelos monocigóticos (idénticos genéticamente) han mostrado que la actividad física persistente a lo largo de los 30 años se relacionaba con una circunferencia de cintura menor y un peso corporal significativamente menor en el gemelo que había sido activo en comparación con su hermano, aunque ambos compartían la misma genética y el mismo ambiente de crianza.

Es innegable que la relación entre actividad física y obesidad existe, aunque haya otras variables que modulan esta relación. En definitiva, se puede decir que la actividad física es una variable esencial, aunque no única, en la prevención de la obesidad, y también tiene un papel relevante en el tratamiento de la obesidad, siendo los programas de ejercicios aeróbicos y de fuerza, que han mostrado ser componentes importantes en el tratamiento de la obesidad mórbida. No obstante, se requiere especial cuidado a la hora de establecer el volumen-intensidad del ejercicio y realizar siempre una propuesta de programas de ejercicio individualizados diseñados por profesionales de la salud. Si se padece obesidad no es aconsejable empezar a hacer ejercicio con cualquiera y con cualquier programa.

¿Comen las personas con obesidad de forma diferente?

En nuestro mundo la comida está por todos los lados, bien anunciada por publicidad tentadora o disponible para ser consumida en cualquier momento, situación o por cualquier razón. Todas las personas somos susceptibles de responder a estímulos ambientales como son el aspecto, el sabor o el olor de la comida, pudiendo estas características de los alimentos provocar un exceso de consumo, sin embargo, hay diferencias curiosas. Las personas sin obesidad tienden a responder más a señales corporales internas (e.g. hambre o saciedad), mientras que las personas con obesidad tienen menor tendencia responder a las señales internas y, por el contrario, tenderían a responder más a las señales externas con son la presencia de comida, o el aspecto de la comida, es decir, sus características sensoriales (olor, color o sabor)

En cuanto al momento y forma de comer, algunas investigaciones han explorado si las personas con obesidad comen en momentos del día diferentes en comparación con personas sin obesidad. Los resultados indican que sí. Las personas con obesidad suelen saltarse el desayuno y/o la comida, comiendo más por la noche, e ingiriendo porciones más grandes en las comidas diarias que aquellas personas que no padecen obesidad. Además, parece que comen más rápido y toman bocados más grandes, comportamiento que los llevaría a ingerir una cantidad mayor por comida.

De esta forma, la respuesta a la pregunta sobre si las personas con obesidad comen más que las personas que no padecen este problema es “a veces, pero no consistentemente”. No obstante, si se define comer demasiado en comparación con las necesidades de energéticas, sí es cierto que las personas con padecen obesidad ingieren más energía que la que necesitan, además de comer en momentos del día no establecidos y comer de una forma diferente.

¿Comen las personas con obesidad por razones diferentes a las de las de las personas sin obesidad?

Vivimos en la cultura de la multitarea y comemos sin cesar mientras hacemos muchas otras cosas, sin darnos cuenta de lo que comemos y de cuánto comemos; comemos mientras tenemos reuniones, mientras conducimos, hablamos por teléfono, trabajamos con el ordenador o simplemente mientras vemos la TV. Comemos por comer, a veces siendo conscientes de que lo estamos haciendo, pero sin ser capaces de parar, comemos porque algo hay que hacer, a veces porque no aguantamos sin hacer nada. Seguramente pocas son las personas que en este mismo instante son capaces de recordar que comieron o cenaron hace dos días, quizá con esfuerzo puedan, y probablemente se equivoquen.

Esta forma de vivir va generando asociaciones (condicionamientos) en nuestra mente, que se convierten en hábitos inconscientes. Los niños aprenden desde muy pequeños a ir al cine y comer palomitas, con el tiempo para estas personas ir al cine sin más no tiene sentido, incluso no disfrutan de la película si no comen palomitas mientras la mira.

Esta forma de comportamiento con la comida está muy presente en toda la sociedad, pero es un hecho que en las personas con obesidad estas conductas son más frecuentes, más duraderas y con mayor consumo de alimentos. Es decir, los condicionamientos son más intensos y cuesta más revertirlos, pero es algo reversible: lo que se ha aprendido, se puede desaprender.

Alimentación emocional

Es frecuente que la sociedad occidental, donde hay una disponibilidad constante de alimentos para ser consumidos, se faciliten comportamientos donde la comida está siempre presente. Por ejemplo, en muchas ocasiones se enseña a los niños a reaccionar más ante estímulos externos relacionados con la alimentación, y a asociar la comida a una mayor cantidad de situaciones y momentos del día, y también a comer como una forma de gestionar estados emocionales negativos como la ansiedad, el miedo, el aburrimiento, la tristeza, etc. Concretamente, a este tipo de ingesta, se le denomina alimentación emocional, y es considerado un excelente predictor del incremento peso corporal.

Hay cinco tipos de cambios en la alimentación que pueden ser inducidos por los estados emocionales, bien produciendo una interferencia con la conducta de comer, bien facilitando la conducta de comer como consecuencia de las emociones o siendo la comida una forma de regular los estados emocionales.

  1. Control emocional de las elecciones de la comida. Por ejemplo, los alimentos están asociados a situaciones positivas o negativas, e inducen respuestas emocionales que afectan a la decisión de ingerir o no ciertos alimentos. Cualquier bizcocho va a resultar irresistible si tenemos asociado comer bizcocho en casa de nuestra abuela quien nos consentía y cuidaba.
  2. Supresión emocional de la ingesta. Las respuestas emocionales muy intensas implican una respuesta somática (corporal) que interfiere con la digestión, demorando la absorción de glucosa y el tránsito intestinal. Es una respuesta normal no comer ante situaciones de estrés que tienen un alto impacto emocional, por ejemplo, cuando se ha tenido un disgusto.
  3. Interferencia de las emociones positivas y negativas en el control de la conducta de la alimentación. El procesamiento emocional requiere atención consciente, y puesto que la capacidad mental consciente es limitada, el control consciente sobre la alimentación puede estar interferido. Cuando una persona está sintiendo una emoción intensa, puede comer sin ser en absoluto consciente de qué come, dónde se lo come y cuánto come.
  4. Las respuestas emocionales negativas pueden inducir la conducta de comer para disminuir la emoción que se siente. Es frecuente escuchar a muchas personas con sobrepeso u obesidad que para ellas es imposible no comer algo cuando se sienten mal. Han aprendido que comer es una forma de sentirse menos mal o mejor.
  5. Las respuestas emocionales afectan a la conducta de comer en congruencia con las características de la propia emoción. De esta forma, las emociones positivas facilitan una experiencia de la conducta de comer más placentera que las negativas e inducen una mayor motivación a comer, lo contrario es cierto para las emociones negativas.

Estos mecanismos no son incompatibles entre sí, y pueden darse en momentos diferentes en la misma persona, y es que la forma en que una emoción afectará concretamente a la alimentación dependerá de su aprendizaje a lo largo de su vida. Por ejemplo, a veces se utiliza la comida como una estrategia de evasión, dejando los problemas en espera, en lugar de enfrentarlos, de esta forma, durante el acto de comer no se experimenta la incomodidad o perturbación que produce el tener que afrontar un problema. Para algunas personas, la comida puede ser no solo una forma de escape o evitación del afrontamiento de los problemas experimentados, sino también una forma de compensarse por las dificultades del día. En ciertos casos, comer también puede ser una forma de castigo, al pensar que no están haciendo las cosas bien en su vida.

Algunas personas pueden comer para tratar de escapar de las grandes decisiones que hay que tomar en la vida (e.g. las que se relacionan con la profesión o con el matrimonio), otros lo hacen para no tener que confrontar (y quizá rectificar) las elecciones que ya han hecho en el pasado (e.g. un matrimonio infeliz, un trabajo sin perspectiva de futuro, etc.), y en ciertas ocasiones simplemente para demorar o evitar las incomodidades cotidianas (e.g. una adolescente que merienda cuatro veces antes de ponerse a estudiar). En algunas ocasiones, el problema lo puede constituir un trauma que no puede hacerse frente.

Esta forma de utilizar la comida como una estrategia de evitación o escape es una conducta aprendida, principalmente por las consecuencias, instrucciones y modelos de conducta que han proporcionado los padres:

  • Al consolar a sus hijos con comida cuando estaban disgustados, o cuando se enfrentan a contratiempos. Si esta conducta es muy frecuente y repetitiva, se convierte en un hábito. De esta forma, cada vez que uno se ve ante un problema o a sentimientos que le desasosieguen se dirigirá a la comida.
  • Al indicar a sus hijos que coman o beban algo para sentirse mejor (e.g. “sal a cenar algo rico con tus amigas y seguro que se te olvidará este chico”), proporcionando así instrucciones concretas sobre cómo manejar los estados emocionales dolorosos.
  • A través de sus propias conductas, cuando son los padres quienes evitan los conflictos comiendo, y esta conducta es vista por los hijos.

Aunque el entorno familiar es muy relevante, no podemos olvidar el papel de los medios de comunicación (cine, televisión, publicidades) en la promoción de este tipo de alimentación emocional. La escena de la chica triste y llorosa por un desengaño amoroso comiendo helado de un envase de un litro no es algo poco frecuente.

En resumen, los datos que ha ofrecido hasta este momento la investigación sobre los factores psicológicos en la génesis de la obesidad:

  • Aunque existe una fuerte evidencia acerca de la base genética de la obesidad, la evidencia acerca de cómo se expresa dicha base aún no está muy clara.
  • La prevalencia de la obesidad se ha incrementado proporcionalmente al descenso de la actividad física en la población.
  • Bajos niveles de actividad física son un importante predictor de ganancia de peso a medio y largo plazo.
  • Hay evidencia de que las personas con obesidad han tenido una historia de aprendizaje donde se ha favorecido mucho la alimentación emocional.

El papel de las creencias y los modelos de ingesta en la obesidad

En estos momentos resulta un hecho aceptado por la comunidad científica que las personas que padecen obesidad suelen tener creencias acerca de la comida y la alimentación diferentes a las personas que no han desarrollado este problema de salud.

El acercamiento a las historias de aprendizaje de las personas con obesidad muestra que se han criado en familias cuyas ideas y pautas de crianza en relación con la alimentación han tenido mucho que ver con el inicio del problema, habiéndoles expuesto no solo a comida poco saludable, sino también a cualquier hora del día, han usado la comida como un refuerzo o un castigo, o han manejado la alimentación de los hijos o su exceso de peso de forma ansiosa y, a veces, a través de pautas que han empeorado el problema, por ejemplo, pasando de permitir cualquier alimento en cualquier momento o poner una dieta hiperestricta a los niños o adolescentes.

Resulta curioso como a pesar del énfasis actual en la alimentación saludable, todavía persisten ideas concretas sobre la comida y la alimentación erróneas, que están especialmente presentes en las personas que padecen obesidad. Estas ideas relacionan la comida con significados que van más allá de la función que debe cumplir (proporcionarnos la energía suficiente para mantenernos vivos y saludables).

Ejemplos de estas ideas son:

  • Disponer de abundantes alimentos y consumirlos sin ningún tipo de restricción es sinónimo de bienestar y prosperidad
  • Estar gordo es estar saludable
  • Una persona con exceso de peso se enfrenta mejor a las enfermedades
  • Las raciones deben ser grandes para quedar llenos
  • No se debe dejar nada en el plato, pues la comida no se tira

Es paradójico que en una sociedad que adora y promueve la delgadez, persistan aún ideas como las expuestas. Generalmente estas ideas son propias de personas de tercera edad que han sido partícipes de guerras, calamidades, catástrofes naturales o ruinas económicas, y que tienen tendencia a acaparar alimentos, a tener unas reservas de comida exageradas en su hogar, o a consumir cuanto se les ponga en el plato, pues de otra forma sienten gran remordimiento y malestar. Pero no hay que olvidar que, aunque nuestra sociedad valora la delgadez en extremo, la publicidad facilita continuamente modelos de comportamiento alimentario inadecuado: de alimentación emocional (como se ha indicado), promoción de porciones exageradas, o de consumo de alimentos altamente energéticos, por cualquier motivo y en cualquier hora del día. La exposición a estos modelos e información va conformando un sistema de creencias que determina, en gran medida, nuestras elecciones y forma de comportarnos en cuanto a la comida y la alimentación.

Por otra parte, el sistema de creencias obesogénico se genera y mantiene no sólo a través de la educación en familia, colegios o medios de comunicación, si no también mediante procesos de razonamiento individual que implican errores de razonamiento que mantienen intacto el sistema de creencias. A este tipo de razonamientos desajustados de la realidad o sin lógica se les denomina “errores cognitivos” y son auténticas trampas mentales en las que caemos sin cesar los seres humanos.

Algunas formas de razonamiento que se identifican en las personas que sufren obesidad son el pensamiento todo-nada, que consiste en la tendencia a clasificar las experiencias en una o dos categorías opuestas y extremas, saltándose la evidencia de valoraciones y hechos intermedios. Por ejemplo:

  • “Si no sigo las pautas todos los días, mejor lo dejo”
  • “Las vacaciones han sido un desastre, no he perdido nada.”
  •  “Ya me he pasado hoy, mejor empiezo el lunes”
  • “Si no soy capaz de hacerlo bien, es mejor dejarlo”

Otro error cognitivo es el razonamiento emocional, que consiste en considerar que las cosas son como las sentimos, de otra forma no nos sentiríamos de esa manera. Por ejemplo:

  • “Me siento incapaz, por tanto, soy incapaz”
  • “Siento que es imposible perder peso, por tanto, es imposible”.

Estas formas de pensamiento están relacionadas con un aprendizaje inadecuado en diversos entornos. Es importante hacer consciente a una persona con obesidad de que, si cambia sus creencias sobre la alimentación y el peso, será mucho más fácil resolver este problema.