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General   Fundación para la Diabetes

Guiso de la vida aderezada con diabetes (para adolescentes)

Iñaki Lorente Por: Iñaki Lorente
Asesor en el área de Psicología de la Fundación para la Diabetes. Psicólogo de la Asociación Navarra de Diabetes (ANADI).
Fecha:

Artículo dirigido a adolescentes con diabetes.

Introducción

Cuando me preguntan qué edad es la peor para tener diabetes, con frecuencia respondo lo mismo: Desconozco cuál es la peor, pero sé que no hay una buena. Imagino que en esto coincidirás conmigo.

Cada edad tiene sus peculiaridades y sus riesgos. No sé si la adolescencia tiene más o menos que otras, lo cierto es que las estadísticas indican que en esa época de la vida aparecen peligros que, hasta ahora no habían surgido y a los que conviene dedicar atención:

  • Iniciación en el consumo de tabaco, alcohol y otras sustancias nocivas.
  • Mayor presencia de lo que se denomina trastornos de comportamiento alimentario: Bulimia, anorexia, diabulimia…
  • Incremento de la frecuencia de conductas de riesgo respecto al autocuidado, tales como no inyectarse insulina, abandonar el autocontrol, etc.

En esta época, a veces surgen fantasmas que, hasta entonces estaban agazapados y sin manifestarse. Fantasmas en forma de preguntas:

¿Me querrán a pesar de mi diabetes? ¿Será un obstáculo para encontrar pareja? ¿Podré estudiar lo que quiera? ¿Me veré obligado a ocultar mi condición de diabético para que me den un trabajo?

Son preguntas que inquietan pero para las que, de momento no hay respuesta. Nadie tiene una bola mágica para adivinar el futuro. Sin embargo te puede servir de referencia el hecho de que, para la mayoría de las personas, tener diabetes no ha supuesto un obstáculo insalvable. A veces hay que aprender a sortear el bache, otras quizás convenga poner un tablón a modo de pasarela o dar un pequeño rodeo. Eso es cierto pero, como otros/as adolescentes, puedes perseguir la mayoría de tus sueños.

También he de decir que cuando se deja de ser niño, uno se encuentra con la necesidad de realizar cambios en la manera de hacer las cosas. Mientras estabas en la Educación Primaria, los adultos te guiaban y decían lo que era o no conveniente. No sólo en lo que respecta a la diabetes, sino también a los estudios, actividades extraescolares, horarios... Es cierto, que eso reducía tus posibilidades de elección, pero también te eximía de muchas responsabilidades (el causante del error, si es que lo había, no eras tú).

Habrás comprobado que, al pasar a la Educación Secundaria, los mensajes se tornan más del tipo: “Tienes que organizarte”; “es tu responsabilidad”; “¿qué piensas hacer al respecto?”… Con el tema de la diabetes no es diferente. Tienes que empezar a tomar decisiones sobre el número de unidades de insulina, sobre qué comer y cuándo… Eso puede resultar un poco abrumador, desconcertante, perturbador, agobiante…

Adolescencia y diabetesNo es menos cierto que la mayoría de las personas, al llegar a la adolescencia, reivindican el derecho a elegir su propio camino: “Déjame que yo ya sé”, “me tratas como si fuera un bebé”, etc. son expresiones muy utilizadas durante esos años.

Quisiera transmitirte que, en mi opinión, el grado de autonomía siempre va acompañado de la necesidad de asumir obligaciones. No conozco otra forma de ser autónomo que contraer responsabilidades.

Otra de las peculiaridades de la adolescencia es que se trata de un momento psicológico importante en la configuración de la propia autoimagen (me refiero a cómo se ve uno a sí mismo). Ya sabes, hay personas que se perciben feas aunque las demás no compartan esa opinión. En el caso de la diabetes, a veces me encuentro con adolescentes que se ven a sí mismos como alguien que tiene un “defecto de fábrica”: la diabetes. Eso les hace sufrir bastante.

Si tú te encuentras entre ellos y crees que eres un ser “estropeado”, si tener diabetes te entristece o te angustia, quisiera decirte que se puede cambiar. La diabetes no es una elección, pero el cómo “traduzcas” el hecho de tener diabetes sí es modificable.

Piensa, si dependiera de tener o no diabetes, todos los que la tenemos seríamos seres monstruosos. Sin embargo ¿por qué crees que hay otros como tú que no sufren tanto por tenerla?

Lo más factible es pensar que lo que te realmente hace sufrir es la traducción que haces del hecho de tenerla. Y eso se puede cambiar. Quizás no tú solo pero, con ayuda, es posible.

Debido a mi condición de psicólogo, a veces, me suelen pedir fórmulas para sobrellevar mejor la diabetes. No es por echar balones fuera pero suelo responder que no creo que exista una receta que sea universal: Todos somos distintos y por lo tanto cada uno tiene la suya propia. Sin embargo creo que puedo ayudarte a que tú desarrolles la tuya.
 

Si todavía estás leyendo este texto, es posible que te haya interesado lo que contiene. Estás de enhorabuena. En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, he elaborado una "receta gourmet" por si puede ayudarte.

No se trata tanto de qué ingredientes poner, sino de dar algunas pinceladas sobre cómo hay que cocinar la diabetes con la vida para realizar un guiso comestible.

La receta que te presento seguro que no es un “plato de tu gusto” pero es el que a ti y a mí nos ha tocado guisar así que ponte el delantal y vamos a ello.

Como podrás comprobar la elaboración del plato va a exigir de ti tiempo, atención y mimo porque es delicado. Un descuido puede hacer cambiar radicalmente el “sabor”; y volverlo realmente insulso, amargo y casi incomestible.

Así que presta atención a las indicaciones para que puedas construir un verdadero plato de éxito.


Receta: guiso de vida aderezada con diabetes

Primer paso. Aprender bien la receta

Si no se dominan adecuadamente las técnicas necesarias para preparar las recetas, casi seguro que el resultado acaba regular (o mal).

Tú que sigues una terapia intensiva o llevas un infusor de insulina más que ningún otro debes formarte como cocinero.

Así, la educación diabetológica es tanto más importante cuantas más decisiones debas tomar. Asiduamente se debe reflexionar sobre las variables que intervienen para que nuestro nivel de azúcar esté como está.

Como sabrás, “autocontrol” no significa hacerse miles de glucemias, sino que se trata de que, con la cifra que te devuelva el glucómetro, decidas cómo actuar y actúes. Tú eres el protagonista de tu propia historia.

Es preciso formarse (tener la información no es suficiente). Estar formado se parece más a saber qué hacer con la información o cómo obtenerla cuando se requiere. Siguiendo con el símil de la receta, la información consistiría en mirar un libro de recetas o buscar en Google cómo se hace. Pero si desconoces la manera de cómo se comportan en el fuego los alimentos, por cuál podemos sustituir un ingrediente en caso de no tenerlo, cómo calcular las medidas, etc., de poco te servirán las instrucciones que te proporcione.

Si no te encuentras adecuadamente formado, probablemente cometas más errores que si lo estuvieras. Es más,  puede que, en ocasiones, ni siquiera seas consciente de haber cometido ese traspié. Por ejemplo: Conocí a una chica que llevaba años bebiendo tónica cuando salía con los amigos porque pensaba que, al ser amarga, no tenía azúcar. Cuando no sabes que estás cometiendo un error, es francamente difícil rectificar, pero eso no evita que influya en el control de la diabetes.

En esta tarea no estás solo. Es labor de tu equipo sanitario programar y desarrollar dicha formación en función de tus características, necesidades y pretensiones individuales. Así que te sugiero que compartas con ellos tu deseo de estar formado y sobre todo en aquello que, por tu proyecto de vida, pueda resultarte especialmente importante. Si tu idea es practicar alpinismo, tus necesidades de formación no serán las mismas que si pretendes montar un grupo de rock o si lo tuyo es la programación de videojuegos.

Te debe quedar claro que informar es transmitir conceptos, mientras que formar implica capacitar a la persona  para utilizar adecuadamente dichos conceptos.

Entre tus responsabilidades están el encontrar la motivación para formarte y buscar quien te ayude a lograrlo. Tienes el derecho y la obligación de formarte. Recuerda que el argumentar: “yo no sabía eso” no hará que tu hemoglobina sea mejor.

Segundo paso. Evitar que la olla se desborde

Infinidad de veces habrás oído la expresión: “Esa fue la gota que derramó el vaso”.

Esa expresión no significa que aquella fuera una gota especial, ni especialmente grande o maligna. Lo que ocurrió fue que el vaso estaba ya casi lleno de pequeñas gotas. Esas minúsculas gotas, tomadas una a una, son insignificantes, pero juntas… la cosa cambia.

En la vida con diabetes hay infinidad de pequeñas gotas que día a día van cayendo en nuestro “recipiente”. Debemos vigilar el nivel y vaciar el vaso antes de que éste se llene.

Cada uno de nosotros contamos con situaciones ante las que somos especialmente vulnerables, que las toleramos peor. Respecto a tener diabetes hay quien no soporta tener que pincharse en público. A otros eso no  les estresa, sin embargo llevan muy mal lo de tener que calcular todo lo que comen. Para otros el tener que apuntar las cifras en el cuaderno es especialmente cabreante…

Lo que trato de decirte es que, cada uno tenemos situaciones que nos cargan, goteras especialmente activas y, para ser eficaces, es necesario dedicarle tiempo a idear soluciones individuales que prevengan el desborde.

Seguro que si le brindas un poco de tiempo, podrás detectar tus puntos más débiles respecto a la diabetes, aquellos que te sobrecargan, frente a los que eres más vulnerable.

Te animo a dedicarle quince minutos a hacer este ejercicio para descubrirlos.

  • Intenta hacer un listado de las cosas que te fastidian.
  • Ahora puntúalas del 1 al 10 (donde 1 es “apenas me incomoda” y 10 “eso me altera muchísimo”.
  • Ordena la lista de mayor a menor para saber sobre qué merece la pena dedicar tu atención y sobre qué no.
  • Al final deberás centrarte en un par de ellas y darle vueltas con el fin de encontrar soluciones a esas situaciones con especial significación para ti.

Algunos ejemplos orientativos

  • Pincharme en público.
  • Llevar el cuaderno al día.
  • Comer menos postre.
  • Calcular raciones de carbohidratos.
  • Mirarme el azúcar con frecuencia.
  • Cambiar la aguja del pinchador.
  • La hipoglucemia inoportuna que aparece cuando estás con tus amigos/as.
  • Cambiar el catéter cada 3 días.
  • La glucemia de la madrugada
  • Que se me reviente la bolsita del azucarillo en el bolsillo.
  • Que me recuerden constantemente que tengo diabetes.
  • Tener que llevar la insulina, el glucómetro y los azucarillos al instituto.
  • Que mi madre me pregunte tantas veces por el azúcar.
  • Etc.

Tercer paso. Limpiar a conciencia la válvula de la olla

¿Sabes qué ocurre cuando pones una olla a presión en el fuego y tiene obstruida la válvula del vapor?

Tal es la presión a la que está sometida que la olla acaba por estallar, salpicándolo todo sin control, poniéndo perdida la cocina y, si estás cerca, incluso corres el riesgo de salir herido.

Eso lo aprendí en el instituto. Otra de las cosas que me enseñaron es que la energía ni se crea ni se destruye, se transforma.

Ambos fenómenos físicos tienen su correlato psicológico.

La tensión, el estrés, las frustraciones son energía que tenemos en la “olla”. Energía que, por mucho que queramos, no desaparece. Pensar “ya se me pasará” no es sino una forma de autoengaño porque nunca se esfuma. Como mucho, cambia de aspecto.

Intentar cerrar los ojos a esa realidad lo llamamos “NEGACIÓN”. Hacer (vivir) como si no existiera. La realidad es que sigue estando presente (quizás enmascarada) tiñéndolo todo. Veamos:

“Juan ha decidido darse un homenaje. No estaría mal si no fuera porque, tras el último bocado del pastel se siente culpable (energía negativa). Piensa: “¡Bah! ¿Qué más da?” y mira para otro lado, lo aparta de su cabeza y… ¡a otra cosa, mariposa! Al día siguiente tiene dos hipoglucemias bastante inoportunas tras haber calculado mal la insulina que debía de ponerse para corregir el segundo pastel. Todavía no está angustiado, aunque sí un poco cabreado y preocupado con esa actitud. Ya empieza a darle vueltas y tiene que emplearse a fondo para no  sentirse mal (“¡Tampoco es para tanto!”). Así se van sucediendo los días y cada vez Juan está más “cargado”.

Observarás que lo que le carga a Juan no es el comerse el pastel, sino el sentirse culpable por ello.

El caso es que se le ve cada vez más serio, más irritable. Hoy toca cumpleaños en casa de unos tíos y para postre hay tarta. Justo cuando estira el brazo para coger un trozo, su madre le dice: “Juanito, no cojas uno demasiado grande”. En ese momento explota y comienza a lanzar tales improperios contra su madre y el afán que tiene ésta por controlarle aunque haya cumplido los 16 que su progenitora se queda de piedra y el resto de comensales no saben hacia dónde mirar ante semejante salida de tono.

Juan no tenía limpia la espita de la olla y se ha ido cargando por dentro hasta que, ante tal presión, ha reventado. Seguramente no lo reconocerá pero es posible que, al sentimiento de culpa se le sume el del arrepentimiento por haberle tratado tan mal a su madre.

La higiene mental consiste en dejar una válvula de escape. No se trata de reprimir, sino de canalizar la tensión.

Cada uno tenemos diferentes formas para lograrlo: hablar con alguien de confianza es una buena idea. También puedes apuntarte a karate, escribir un diario, practicar yoga, jugar a la Play Station, darte un paseo…

A ti te corresponde responder a esta pregunta: “¿Qué vías de escape me resultan efectivas para  liberar mi tensión?”

Pero piensa una cosa, estos remedios caseros son efectivos hasta cierto punto, sólo si hay equilibrio entre la energía generada y la salida habilitada.

Quizás haya un momento en que ésta última no resulte eficaz para aliviar toda tu tensión. Es entonces cuando te convendría pedir ayuda.

Cuarto paso. Poner los ingredientes en su justa medida

Si le preguntas a tu médico qué debes hacer para llevar bien tu diabetes, te soltará un listado de normas del tipo:

  • Decidir (y acertar) cuánta insulina ponerse según el resultado de la glucemia.
  • Llevar al día el cuaderno para tener una vista panorámica del curso del autocontrol.
  • No fumar.
  • No beber alcohol.
  • No tomar drogas.
  • No comer apenas grasas saturadas.
  • Comer legumbres, al menos dos veces por semana.
  • Empezar las comidas y las cenas con una ensalada.
  • Comer la fruta con piel.
  • Controlar la ingesta de productos con hidratos de carbono de absorción rápida.
  • Mirarse el nivel de azúcar, al menos 3 o 4 veces al día.
  • Hacer ejercicio tres veces por semana.
  • Llevar siempre encima insulina, glucómetro, tiras reactivas y azucarillos.
  • ...

Muy probablemente cada recomendación sea acertada, pero no todas tienen la misma importancia.

Conozco a la madre de un niño con diabetes cuyo afán era que el pobre infeliz comiera lechuga en cada cena ya que la enfermera lo había recomendado. Pero daba la casualidad de que al crío no le gustaba en absoluto. El resto de “normas para el buen control” las cumplía sin problemas, pero la maldita lechuga… le traía mártir. Odiaba su condición de diabético porque le obligaba a tener que comerla casi a diario. Todos los días había bronca en casa a eso de las  9h de la noche. El pobre niño tenía pesadillas en verde.

Quizás te parezca, igual que a mí, una situación absurda, en la que se ha perdido la perspectiva. ¡Vamos!, que es una auténtica salida de tiesto.

Opino que no todo es vital en el control de la diabetes. Hay medidas que se deben aplicar sin discusión (por ejemplo, inyectarse insulina). Otras son imprescindibles, otras importantes y hay algunas que lo son menos.

No podemos (no debemos) dedicarles a todas la misma atención ya que es imposible y, además, seguro que nos hace infelices.

Establecer prioridades ayuda a valorar a qué debemos dedicarnos más y en aquellos momentos en los que no estamos al 100%, a qué cuidados podemos renunciar sin que eso merme en exceso nuestro buen control.

Te sugiero que elabores una lista (otra más) y que coloques cada cosa en uno de estos grupos: lo imprescindible; lo importantísimo; lo importante; lo menos importante. No estaría nada mal si luego la discutieras con tu médico/a o educador/a para corregir algunas cosillas ya que se puede dar el caso de que, algo que a ti te parezca trivial, para tu médico sea importante… o al contrario.

Al final esa lista puede ser un buen punto de referencia a la hora de optimizar los recursos psicológicos.

También debes tener presente que, de vez en cuando, tienes que revisar la lista ya que puede pasar que algo que era importantísimo, ya no lo sea tanto; algo que no estaba en la lista, convenga incluirlo, etc.

Quinto paso. Vigilar de reojo el guiso

¿Has visto alguna vez a Karlos Arguiñano preparar una receta? Si te has fijado, durante su programa, canta, cuenta chistes, bromea con el equipo, friega los cacharros… Pero nunca pierde de vista el plato que está cocinando. ¡En eso, es un verdadero artista!

Estoy convencido de que si no hiciera otra cosa que cocinar duraría muy poco en la tele. Seguramente el resultado sería un plato excelente, pero aburriría al telespectador más benévolo. Seguro que ni él mismo disfrutaría guisando.

Por lo mismo, si perdiera de vista el guiso podría echarlo a perder y también su presencia en televisión tendría los días contados.

Al elaborar nuestra receta de “Vida Aderezada con Diabetes” debemos lograr ser verdaderos “arguiñanos”.

Si dedicas toda tu atención, toda tu energía… todo tu ser a cuidar de la diabetes, seguro que los controles serán casi perfectos pero, ¿qué harás entonces con el resto de cosas que deberían llenar tu vida? ¿cómo se puede ser feliz si toda tu vida gira en torno a la diabetes? El otro día conocí a una niña incapaz de estar más de media hora sin comprobar la lectura de la glucosa que realizaba su medidor continuo. ¡Y sólo tenía 8 años!

Más aún, ¿y si, por cualquier circunstancia, la HbA1c te da de 9?... Todo el sentido de tu existencia se tambalearía al pensar: “a pesar de todos mis esfuerzos, no soy capaz de controlar bien la diabetes”.

Es cierto que exagero un poco, pero posiblemente conozcas a personas (yo sí) que se dedican en cuerpo y alma (casi con devoción) al cuidado de su diabetes. ¿Crees que por ello son más felices? Me lo cuestiono.

La diabetes no es broma, pero tu vida es muy larga y llena de cosas. En tu receta, un tratamiento inadecuado del ingrediente diabetes puede dar al traste con todo el plato, por tanto debes cuidarlo con especial esmero. Pero el guiso lleva muchas más cosas que tampoco debes descuidar. Al igual que no conozco un plato que lleve un único ingrediente, tampoco conozco a nadie que sea feliz siendo exclusivamente “una cosa” (por ejemplo diabético).

Pero no me malinterpretes. También debes ser consciente de que, si te desentiendes de tu guiso seguramente acabará quemándose y eso también hará de tu vida algo oscuro. La diabetes exige una vigilancia constante, aunque sea por el rabillo del ojo. Nunca me he topado con nadie que tuviera un control nefasto de su diabetes y fuera realmente feliz (quizás durante un breve lapso de tiempo, estará convencido de que su espejismo de felicidad es pleno, pero tarde o temprano la realidad le devuelve que no es así).

Opino que aprender a vigilar la diabetes sin agobiarse mientras haces otras cosas, y dedicarle toda tu atención cuando el momento lo requiera es un arte que nunca se acaba de aprender del todo, pero que se va perfeccionando con la experiencia. Y ese aprendizaje continuo, cada vez lo va haciendo más digerible y con más posibilidades de éxito en el objetivo de ser feliz.

Sexto paso. Saber pedir ayuda

Un chef que se precie de ello sabe rodearse de personal que le ayude en la elaboración de las recetas. Él es le responsable de que todo funcione, el plato lleva su nombre, es él quien firma los autógrafos y escribe libros. Pero ¿crees que podría hacerlo sin su equipo de asistentes?

¿De verdad piensas que te bastas tú sólo para hacer TU guiso? ¿Durante todo el tiempo que tengas diabetes? Opino que es mucho más llevadero si sabes rodearte del personal adecuado, si sabes delegar y dar instrucciones precisas.

A partir de ahora, tú eres el responsable último de tu diabetes (si sale mal dirán: “María/Pedro lleva mal su diabetes”) pero eso no significa que tienes que hacerlo sin ayuda.

Cuentas con un equipo de endocrinología que te puede ser útil en muchos aspectos. También con personas de tu entorno cercano para colaborar en otras cuestiones y con otros “cocineros” con diabetes que te pueden aportar sus puntos de vista, sus trucos. A no ser que seas Superman, no tiene sentido prescindir de ninguno de ellos.

Al contrario. Debes organizarlos en tu beneficio (en el sentido inocente de la palabra):

  • A los expertos pídeles que te asesoren sobre los “materiales y las técnicas”. Cosas como horarios, insulinas, dietas… Ellos están para ayudarte, no para juzgarte.
     
  • Cuando te sientas abrumado por lo laborioso del control de tu diabetes, ¿quién mejor que los que te quieren para echarte una mano? Debes decirles cómo deseas que colaboren, para qué los necesitas. Ellos, por ejemplo, pueden avisarte si se te olvida inyectarte la insulina o puedes pedirles que te escuchen cuando estés harto de tanto autocontrol.
     
  • Otras personas con diabetes (que dan el toque personal a su propio guiso) pueden compartir contigo sus pequeños trucos, escuchar tus quejas sobre lo difícil que es mantenerte en “100”…

Cada uno centrado en su cometido y arrimando el hombro para que tu receta salga lo mejor posible.

Pero, ¿qué ocurriría si al experto en postres le pidieras que fuera a hacer la compra? No sólo no lo haría bien, sino que correrías el riesgo de que trajera productos que podrían dar al traste con el plato. Por lo mismo, no puedes pedir a tu novio/a que te asesore sobre la pauta de insulina. El/ella es imprescindible, pero trabajando en su parcela que no es otra que apoyarte y darte cariño.

Piensa en qué te puede ayudar cada uno y házselo saber (no esperes a que lo adivinen). Recuerda: Pedir ayuda cuando uno lo necesita no es debilidad, sino sensatez. Y tú, al igual que yo, necesitas ayuda en esta empresa.

Una última cosa: si dudas en hacerlo por no molestar hazte esta pregunta: ¿No te haría sentir mal que tu ser querido no te pidiera ayuda cuando la necesita? ¿Por qué no puede ser al revés?

Séptimo paso. Y si el guiso sale mal...

A veces uno se equivoca, comete errores, piensa que lo que ha hecho está bien, pero quizás no sea así.

Otras uno sabe que no debería echar tanta sal o descuidar durante tanto tiempo el guiso, pero se siente incapaz de evitarlo (¡es un plato tan exigente que a veces nos agota!).

En esos momentos, es bueno revisar el proceso con los expertos (endocrinólogo, educador). Intenta averiguar honestamente qué es lo que ha fallado. Ellos son tus asesores, tu “gabinete de crisis”. Tienen mucha experiencia teórica y práctica (no olvides que asesoran a otros “cocineros”). No son jueces, ni policías, ni verdugos, simplemente es un equipo sanitario (ni más ni menos) deseoso de ayudar.

Lo que sería un desastre, después del “desastre” es dejar de cocinar, desentenderse. Sería como echar más leña al fuego. Hay un dicho en mi tierra, quizás también en la tuya, que expresa muy bien lo que significa abandonar el tratamiento. Dice así: “¡Para que se fastidie la patrona me voy a la cama sin cenar y encima no me tapo!”. Quiero decir que el mayor perjudicado del abandono del tratamiento eres tú mismo.

Así que, tras el desastre no te queda otro remedio que aprender de los errores y volver a intentarlo.

Un proverbio ruso para acabar: “Caer está permitido. Levantarse es obligatorio”.

¡¡¡SUERTE, COCINERO!!!
 

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