Valeria tenía apenas tres años cuando sus padres la llevaron corriendo al hospital, al que la pequeña llegó entrando en un coma. Ana Tormos llevaba un tiempo notando "cosas raras" en el comportamiento de su hija, que tenía sed todo el rato, lloraba más de lo habitual y siempre estaba cansada, pero no le dio importancia. Hasta que un día vomitó al volver del colegio y se quedó traspuesta, sin energía y con apenas un hilo de voz para suplicarle a su madre que la llevase a la cama. Nada más llegar al hospital le dieron el diagnóstico: diabetes tipo 1. Lo que no sabía Tormos es que al salir de ese edificio cinco días después sus vidas iban a cambiar para siempre y que todo lo que hicieran, comieran y pensaran a partir de entonces iba a girar en torno a una enfermedad crónica para la que no hay cura.